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no alumbró el Sol otra como ella."[1] Si este varon santo se comprometió en tal afirmacion, fué porque tomó parte en sus consejos, examinó su conciencia, conoció su ferviente piedad, y midió la asombrosa profundidad de sus alcances.*[2]

Bien á pesar nuestro los límites de este libro nos impiden tratar con mas estension y detenimiento á tan gran rey. Pero con lo dicho, y lo que está por decir, probaremos que la sublime Isabel era la personificacion del carácter caballeresco de su siglo y de su pueblo; que ninguna mujer tuvo en el trono una fé mas sincera, ni una prudencia mas consumada, ni brilló con mayor lealtad; que Dios pare-

  1. Cui similem sol noster planetaris nunquam in terris aspexit. Fortunatus Hubertus. Menologium Sancti Francisci, p. 1033.
  2. * El testimonio del ilustre cardenal Cisneros es uno de los que mas fuerza tienen entre los muchos que se citan, y podrian añadirse aun acerca de la pureza y acrisolada virtud de la mujer sublime, que ocupó un dia el trono de Castilla, ofreciendo al mundo todo el modelo mas perfecto de las cualidades que deben adornar el corazon de la hija, de la esposa, de la madre, y de la reyna. En repetirlo se complace nuestro erudito y apreciado amigo el autor, por lo que le quedamos sinceramente reconocidos, á fuer de españoles. Pero por lo mismo que es un estranjero, al tributar los elójios que merece la incomparable Isabel, pone mas de relieve la lijereza de un distinguido poeta de aquende los Pirineos, que no vaciló en colocar en su corazon sentimientos que jamás cupieron en él, y que la igualan á la mas vulgar de las heroínas de teatro. Nos referimos al señor Rodriguez Rubí en su drama titulado Isabel la Católica, que á pesar de haberse recibido con jeneral aceptacion, tiene un lunar, que no es en nuestro humilde concepto, sino un borron en la gloria nacional de España, y que por lo tanto no se debió dejar pasar sin un correctivo, que neutralizase los efectos que pudiera causar en el ánimo del público, aberracion tan inconsiderada como reprensible, y con la cual ha manchado en mal hora este escritor, al par que su buen nombre literario, la reputacion de la grande Isabel. Nosotros apreciariamos, y hasta nos aventuramos á creer que á nuestro deseo se uniria el de los españoles sensatos, que el señor Rodriguez Rubí nos dijera ¿en dónde halló la luz que le condujo á á descubrir en el pecho de la reyna católica una pasion de mal jénero por su leal y esforzado vasallo Gonzalo de Córdoba? Mientras esto no tenga lugar, permítanos el señor Rodriguez Rubí que miremos su produccion como una solemne impostura, demasiado ofensiva para tolerarse con calma como licencia poética.
    N. del T.