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faro, cuando sus ojos se posaban en el mar, y veian las olas perderse en lontananza hácia donde nace el Sol, le decía, si mas allá de aquel espacio jamas surcado por ningun bajel, existia en realidad la terrible mar Tenebrosa, llamada así á causa de las tinieblas y de la oscuridad que la guardaban.

Su duda era ya un progreso!

Las ideas de los cosmógrafos estaban entónces muy confusas acerca de la mar Tenebrosa pues mientras unos aseguraban que navegando á poniente por tres años, no llegarían á tocarse sus orillas, otros sostenían que era ilimitada, y se prolongaba hasta lo infinito. En esta diverjencia de opiniones sobre la configuracion de la tierra, cada maestro variaba de sistema, al tratar de este asunto; pero el P. Marchena, sin hacer alto en los jeógrafos árabes, ni en los pilotos de renombre, é impulsado por su amor á la humanidad, su solicitud por la salvacion de los pueblos, que ignoraban la venida de Jesus, y su anhelo de que le bendijesen y alabasen en todas las naciones, se preguntaba sin cesar; ¿si no habria mas lejos tierras desconocidas de los cristianos? Su corazon le daba siempre una respuesta afirmativa.

Ademas de sus conocimientos teóricos, y á causa de su intimidad con los marinos de Palos, pueblo hoy abandonado; pero en aquella sazón centro de apartadas relaciones, estaba muy al corriente de los viajes de los portugueses á la costa occidental de Africa, y de los descubrimientos de las Azores y de las islas de Cabo Verde; encontrándose con fuerzas para dominar las preocupaciones vulgares de aquellas jentes.

Un dia que acertó á pasar por el locutorio vió en él á García Hernandez, médico de la comunidad, que consideraba atentamente á un viajero, que mal vestido y con un niño de la mano pedia un pedazo de pan, y un poco de agua para su hijo. Su acento estranjero y la dignidad de su presencia, contrastando con sus ropas destrozadas, interesaron al P. Marchena, que no pudo