dos, porque la Pinta constituia su sola riqueza, y maldecían la venida del hablador é intrigante jenoves que, sorprendiendo la sabiduría de los reyes, habia hecho dar la orden para navegación tan desastrosa.
Los calafates y carpinteros se finjian enfermos, ó se ocultaban, para no verse obligados á trabajar en la carena de la carabela, y ni se encontraban maderas, ni estopa, ni alquitran, ni jarcia. La apremiante comision dada á Juan de Peñasola no producia mejor fruto que los razonamientos de Colon, y ya una sorda exasperación ajitaba los espíritus. Hacían falta tres buques y no habia sino uno.
En estas críticas circunstancias el celoso P. Marchena vino en socorro de su amigo y de la población estravíada. Como el fraile franciscano es querido por instinto por el pueblo, porque visiblemente lo ama, porque su familiaridad y modestia lo atrae, y porque su pobreza, su modo de vivir y la humildad de su vestido lo identifican con él, y ademas, como Fr. Juan Perez gozaba de gran crédito entre la jente marinera, consiguió su fin.
Se mezclaba con los remisos, se reia de su miedo, tranquilizaba sus familias, y pasaba á los pueblos limítrofes para ir haciendo el enrolamiento á fuerza de palabras y demostraciones. El piadoso franciscano se prometia con esta espedicion, el aumento del reino de Jesu-Cristo, mucha gloria para la Iglesia, que había sido la primera en alentar la empresa, y un inmenso beneficio para la civilizacion.[1] Estaba lleno de los mismos pensamientos que la reyna, cuando dijo refiriéndose á Colon, que, "íba á algunas partes de la mar Océana sobre cosas muy cumplideras al servicio de Dios y suyo."[2] Al par que lo impedía á su huésped, apoyaba al-