tes y los amigos se arrojaban á los botes, para acercarse á las carabelas, y hacer una señal de despedida á los que no se prometian ver jamas en esta vida. Colon dió un estrecho abrazo al franciscano, que lloraba conmovido, y un instante despues lo recibian en la capitana con los honores prescritos para los almirantes de Castilla. Subió á la cubierta, y de un golpe de vista examinó las disposiciones tomadas, mandó apartar los barquichuelos que estaban en torno de los buques, izar los botes, levar las anclas y cambiar la bandera de partida de la Santa Maria con la de la espedicion, fiel emblema de los sentimientos de Cristóbal, de Isabel y del verdadero fin de la empresa. Aquel pabellon era ciertamente el estandarte de la cruz, pues llevaba la imájen de Jesus crucificado,[1] mientras que en la Pinta y la Niña tremolaba solo el de la empresa, señalando con una cruz verde entre las iniciales de los reyes, superadas por una corona.
Entónces Colon, saludando á la multitud, que se apiñaba en la orilla, enviando con la mano el último adios á su amigo Fr. Juan Perez penetrado de su mision y dominando con su voz los murmullos que se levantaban en las tres embarcaciones, mandó dar las velas al viento en nombre de Jesu-Cristo.[2]
Media hora despues, bañaba el sol el montecillo de la Rábida. Tres carabelas impelidas por el Este resba-