Página:Historia de Cristóbal Colon y de sus viajes - Tomo I (1858).djvu/244

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confusamente señalada á una distancia de veinticinco leguas; pero vino el otro dia para disipar la ilusion, presentándose limpio, sin un punto el horizonte del Océano. Tanto mayor fué el abatimiento de los marineros, cuanto que la esperanza estuvo mas vivamente escitada.

El Miércoles 26, se continuó al O. hasta el medio dia, hora en que se varió al SO.; y á pesar de estar la mar llana y el viento suave, se hicieron treinta leguas.

Al dia siguiente, amainó la brisa, y se divisaron muchas doradas y un rabo de junco.

El 28, calma; la yerba reapareció en poca cantidad y se pescó gran número de doradas.

El 29, vinieron á consolar á los tripulantes varias señales: el ambiente suave y embalsamado, el agua abundando en plantas marinas, y por tres veces consecutivas tres alcatraces seguidos de una fragata.

El Domingo 30, se mantuvo en calma, y no se hicieron entre el dia y la noche mas que catorce leguas; pero iban en progresivo aumento los indicios de la proximidad de la tierra. No obstante haber cambiado algun tanto el tiempo, y venídoseles encima un chubasco, el viento permanecia siempre favorable y suave, lo cual unido á la constancia del rumbo, era insoportable á la jente, y escepto el comandante, todos, hasta sus mismos oficiales, estaban espantados de la distancia recorrida.

El primero de Octubre al amanecer, dijo el oficial de guardia con un acento de pavor, que no pudo dominar, que se habian hecho hasta aquella hora seiscientas setenta y ocho leguas al O. desde la isla de Fierro. Este guarismo dió el golpe de gracia á los marineros, y sin embargo no era exacto, pues el apunte reservado de Colon tenia setecientas siete. Y el elejido de la providencia se esforzaba en reanimar los espíritus, y estimular á los pilotos, sin ocultar su íntima satisfaccion por el concurso con que los elementos auxiliaban su empresa.