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VII.


Desde el alba el auxilio divino, que habia sostenido á Colon contra los criminales intentos enjendrados por el miedo, manifestó su presencia. A pesar de lo sereno de la atmósfera y de lo suave de la brisa embalsamada, se ajitó el mar, y las anchas olas impelieron las carabelas con fuerzas no esperimentadas hasta entónces. Viéronse paviotas en gran número; pasó rozando una caña verde por los costados de la Santa Maria, poco despues los marineros de la Pinta vieron también algunas cañas y un palo, y luego otro, trabajado al parecer con hierro, una mazorca de yerba terrestre y una tablita. Tambien tuvo la Niña su hallazgo, que consistió en la rama de un árbol, cargada de frutas pequeñas y coloradas. Estas señales alimentaron la esperanza de los marinos por todo el dia, durante el cual fué la marcha escelente, pues se apuntaron veintisiete leguas.

Cuando el Sol se apagó en la mar solitaria, el círculo entero del horizonte ofrecia á la vista su pura línea azul, y ningun vapor permitia sospechar siquiera la vecindad de la tierra; pero de repente, como por inspiración súbita, hizo Colon tomar el primer rumbo, mandando al timonel poner la caña al O.

Luego, despues que las carabelas se acercaron y hubieron los marineros, segun la costumbre establecida á bordo, cantado la Salve Regina, reuniéndolos á todos, les dirijió una tierna alocucion, en la cual les recordó los favores con que el señor los habia colmado durante