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y narices laminitas de oro, que trocaban gustosos por pedazos de vidrio, tazas rotas y escudillas de barro.

Colon pasó unos dias en esta isla en la espera de un cambio considerable de oro que le habian prometido, y mientras tanto la examinó con escrupulosidad, no pudiendo por menos de escribir estas palabras en su Diario: "La diversidad de los árboles y frutos de que están cargados, con los perfumes que embalsaman el aire, me asombran y me admiran, y no parece sino que faltan las fuerzas para abandonar estos sitios al que los ha visto una vez"[1] Y desconsolado de no conocer los nombres y las propiedades de tantos vejetales añadió: "Es imposible estar mas apesarado que yo de no saberlos, porque estoy muy cierto del gran merito de todos ellos," y tal fué su sentimiento que por tres veces consecutivas lo manifestó en las siguientes ó parecidas palabras: "Creo que hay aquí muchas producciones, que tienen gran precio en España entre tintoreros, boticarios y mercaderes; pero no las conozco, y es para mí la mayor pena del mundo."

Paseándose á la orilla de un lago, divisó el almirante un leguano, armado de garras, con erizadas escamas y cabeza horrible; verlo y atacarlo fué la misma cosa para él; pues era menester habituar la intrepidez española á los animales de aquel pais desconocido. El leguano zambulló; pero como el agua no estaba muy profunda, lo persiguió Colon, y á lanzadas lo mató; su piel tenia siete pies de largo.[2]

  1. Diario de Colon. Domingo 21 de Octubre de 1492.
  2. Ibid. Ibid.