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soberbia elevacion las montañas de Sicilia.[1] Perfumes mas penetrantes y esquisitos prometian mayor opulencia en las galas del terreno: el sello de majestuosa fecundidad que caracteriza á esta tierra privilejiada, lo llenó de admiracion, y á medida que avanzaba y podia distinguir mejor cada forma, percibia un poder hasta entónces desconocido; porque no era el follaje rizado y espeso, las plantas acuáticas y las florestas un tanto húmedas de las Lucayas, sino una diversidad tal en las actitudes, y tan pintorescos los contrastes y la combinacion de los grupos, que escedia á cuanto puede inventar de mas seductor y maravilloso la imajinacion humana. En primer término: cocos, cactus descomunales, pitas, tribus de palmíferos de infinidad de formas, helechos arborescentes, ojálidas de flores amarillas, ácidos calmias, jigantescas acederas elevando su follaje hasta dos varas de altura, alcaparros, delicadas sensitivas, palo tinte, mahogon, caoba, calabazas, troncos espinosos, guanabanos, y sedosos gálegas; luego orelias catárticas, gazumas, guayabas, granados salvajes, cañafístola, negros y relucientes ébanos, vides cargadas de racimos... ¡cuán pródiga habia sido allí la mano del creador! la vejetacion se presentaba bajo todos sus aspectos, formas y colores, desde la elevada y esbelta palmera á la enana cepa de vid, desde las blancas florecillas, que alfombraban el suelo, á los robustos, negros y brillantes ébanos.

En verdad que debió sentir Colon el ignorar los nombres y propiedades de estas plantas, y verse reducido á contemplarlas tan solo, no pudiendo saber ninguno de los secretos que la bondad divina depositó en las virtudes, la utilidad y las armonias de los productos del suelo.

Encontraron la embocadura de un rio, desahogando tranquilamente sus aguas cristalinas, y ofreciendo

  1. Diario de Colon. Domingo 28 de Octubre de 1492.