Página:Historia de Cristóbal Colon y de sus viajes - Tomo I (1858).djvu/319

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visitarlo, llevarle nuevas provisiones y devolverle tres marineros que retenia en tierra por disfrutar del gusto de oirlos. Como ya era tarde, Colon dispuso que dur- mieran á bordo los enviados. Al amanecer, no queriendo demorar por mas tiempo el cumplimiento de la promesa hecha por todos de ir descalzos y en camisa á la iglesia de Nuestra Señora, en la primera tierra á que llegaran, pidió á los mensa- jeros, que volvian á la ciudad enviasen un sacerdote á la capilla de la vírjen que estaba cerca de la playa, de- tras de un cabo. Al efecto se trasladó allí la mitad de la tripulación y mientras oraba al pié del altar, llegó una manga de soldados que hizo prisioneros á los po- bres peregrinos. Esperaba el almirante la vuelta de la chalupa para desembarcar á su turno; pero dieron las once, y como no venia sospechó que retenian á los suyos, ó que la embarcación se habia destrozado contra los peñascos de la orilla. Desde donde estaba no podía di- visar la ermita y levó anclas acto continuo para diri- jirse á un sitio mejor, una vez en el cual poco tardó en distinguir un escuadrón de jinetes que se apeaba y en- traba armado en la lancha, que vogó hacia la Niña como para tomarla al abordaje. Cuando estuvieron al alcance de la voz, el goberna- dor de la isla, que venia dirijiendo en persona este golpe de mano, pidió un salvo conducto para él si subía á la carabela. Otorgóselo el almirante; pero el cauteloso lu- sitano no fiándose de una palabra que él en lugar de Colon habría violado, no se movió del esquife. El virey le preguntó, porque, contrariamente á las leyes de la hospitalidad, y violando el derecho de jentes aprisionaba á sus marineros, con tanta menos razón, cuanto que los portugueses vivían en Castilla tan segu- ros como en Lisboa; y le dijo que el rey y lareyna cu- yo grande almirante era, le tenían mandado tratase con distinción á los buques de la marina de Portugal que hallara por el camino, y que sí no le restituía su trípu-