Página:Historia de Cristóbal Colon y de sus viajes - Tomo I (1858).djvu/436

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sufriera considerablemente, pues impelida por él se rasgaba con los masteleros y arboladura, dejando la cubierta sembrada de contusos, de heridos y de muertos. Sucedíanse los bandos unos á otros sin interrupción, y por la tarde, chubascos del O. los ahuyentaban por completo.

 Continuando su camino entró por las aguas porque habia pasado antes de llegar á la altura de la Evanjelista, y que tanto inquietaron á sus marineros. Las olas pesadas y sedimentosas eran de un blanco tan puro que deslumhraban[1], y no podia irse á toda vela, ni dejar de repetir á cada instante las sondaduras. A este fenómeno local se unió pronto otro no menos alarmante para la tripulación; pero notable para un hombre investigador: la mar negra como la tinta, y en la cual la vista se perdia. Cualquier otro que no hubiera sido el almirante habría retrocedido en presencia de tan formidable transición. Al movimiento regular del mar se anadia en las inmediaciones de la costa ajitaciones periódicas todas las tardes, á consecuencia de la lluvia matutina, cuya abundancia henchia los ríos en su embocadura. Al fin, el 6 de Julio se tomó tierra á la estremidad del golfo que forma el saliente del cabo de Santa Cruz, donde las tripulaciones desembarcaron para solazarse un tanto. Los indios del pais se apresuraban á llevarles víveres, de que tenían gran necesidad.

 Para dar gracias á Dios de su protección á través de peligros tan continuados. Colon hizo erijir un altar en un bosquecillo inmediato, y celebrar allí el santo sacrificio de la misa.

 Durante la ceremonia, un cacique, anciano venerable a pesar de su desnudez, se acercó, observando con atención lo que se hacia. Comprendió que se trataba de una ceremonia relijiosa, y después que Colon hubo concluido de orar, el patriarca lo saludó, y ofreciéndole un

  1. "Erat aqua lactea spissaque ac si farinam toto illo pelago sparsissent." —Petri Martyris Anglerii, Oceanece Decadis primee, lib. III. jol. 9.