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la tarde; mas al venir la noche se incendia el casco enemigo, y como estaba tan fuertemente aferrado con el jenovés, fué en vano quererse desasir y poner en juego las bombas, porque bien presto los dos se trasforman en una inmensa hoguera. Entonces todos se arrojan al mar, consiguiendo así no mas que trocar la forma del peligro, pues se hallaban á diez leguas de la tierra mas vecina.

Después de un dia entero de lucha, el cansancio estaba en su colmo, y por buen nadador que fuese Colon hubiera perecido; pero la providencia, que velaba por él, le acercó uno de esos anchos remos, con que en aquel tiempo se auxiliaban los buques en las calmas, lo asió, repuso sus fuerzas, y ganó la playa, dando gracias al soberano autor de su salvación. Socorrido por la caridad pública llegó á Lisboa, donde pensaba encontrar muchos compatriotas, y entre ellos tuvo la grata satisfacción de ver á su hermano Bartolomé.

¡De qué medios tan maravillosos se vale la divina providencia! Una calamidad, un desastre los convierte en un beneficio, en una gracia, en favor de los que aparecen ser sus víctimas. Cuan grande ejemplo nos ofrece Colon, arrastrado contra si voluntad al centro de las ideas, que debían recibir en su mente nuevo ensanche; al único pueblo que se dedicaba á los descubrimientos, y adquiría nociones cada vez mayores acerca del Océano y de los países del mediodía.