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Las ObRAá DE t'RAKClSCO K*ICÜLOí>0 iÓJ se en el maro de la derecha, al final de la nave de la Epístola, y á muy poca altura del suelo, una laude sepulcral, también de losetas de azulejos, en la que se vé representada una figura yacente de varón vestido con amplia túnica amarilla, birrete azul obscuro, medias verdes y zapatos negros. Por dos aberturas laterales de la sotana, aparecen los brazos cuyas mangas son de tela mo- rada. Con sus manos cruzadas sobre el pecho sujeta una cruz, y apoya la cabeza en una blanca almohada, que ofrece por adornos, dos sencillos golpes de lacerías moriscas, que figu- ran bordadas en ella, así como un trozo visible de la cenefa que le rodeara. Una estrecha guardilla compuesta de hojas góticas ser- peantes, rodea la imagen, interrumpida en dos partes, en la lateral derecha con el siguiente letrero

y á continuación hay un espacio en que está saltado el esmalte, donde debió haber otra palabra ;la de esclavo? (i) según la tra- dición. Que la sepultura de Iñigo López estuvo oculta hasta después de 1844, es innegable, como dejamos dicho en la nota, pero, en cuanto á que en el espacio destruido en los azulejos dijese la palabra esclavo, fundamento de la tradición, ni puede afirmarse ni negarse. Del examen minucioso que hicimos de los papeles del archivo de la iglesia de Santa Ana, nada hemos podido vis- lumbrar que ¡lustre este punto; sí hemos visto mencionado con mucha frecuencia á un Iñigo López, espartero, que vivía en aque- (i) Dfcese que por los años de 184... habiendo acudido una noche á esta lia un alfarero de Tríana á bautizar á un nieto suyo, hallándose orando próximo al altar de Santa Cecilia, llegó á él un venerable anciano y le dijo: «Castro: ahí está enterrado el esclavo asesinado por el Maniués...» Pasó un mes y hallándose el mis- mo alfarero en el templo al terminar la misa de doce, se le acercó el mismo anciano repitiéndole: «Ahí está enterrado el esclavo; dilo al Sr. Cura.» Pasaron dos ó tres años de esto, y con motivo de hacer obra en el mencionado altar de Santa Cecilia, •e halló detrás de él la laude que hemos descrito. Que estuvo oculto hasta nuestros diu lo confirman con su silencio cuantos escritores se han ocupado detenidamente en hablar de laa antigüedades de esta iglesia. Todos tratan del altar de Santa Ceci- lia, pero, ninguno menciona tan curiosa obra de la azulejería S3villana«