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EL POSTRER MANDATO 27

Aquella noche, la última que debia pasar entre los vivientes, el desventurado monarca pidió que lo dejaran solo para recojer su espíritu. ¡Vana esperanza! El infame Valverde le impuso su odiosa presencia, importunándolo con las impías amenazas de una condenación eterna.

El prisionero apartaba los ojos del cínico semblante del fraile, para volverlos al rostro divino del Crucificado; y se preguntaba cómo un Dios de amor podia ordenar tanta iniquidad.

De repente, la puerta del calabozo se abrió y el Inca vió aparecer á Yupanqui.

El jóven palideció. Habia comprendido con una mirada la situacion; y adelantándose, grave y triste, fué á prosternarse á los pies del cautivo.

—Tu voluntad está cumplida: —le dijo en el sagrado dialecto de la imperial familia.—La mole de una montaña reposa sobre la entrada de la ciudad subterranea, y muertos está los que piedra á piedra la elevaron.

—Que el gran Pachacámac te bendiga, hijo mio, como te bendice tu padre—esclamó el Inca, posando sus manos sobre la cabeza del jóven—Vete en paz: vuelve á nuestros deliciosos valles, y sé feliz con Suma.


—No, padre, —respondió Yupanqui; —la mision que me diste no está cumplida aún.