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VI—HESPERIS

Una patria tuve, yema de la tierra; ni cara patria tengo, ni nada de cuanto amé; tu diestra, tu terrible diestra para siempre la sotierra, y sólo ojos me deja para llorar su fin.


¡Ay! de este corazón que destrozaste, bien condolerte puedes; ¡sálvame! los monstruos no temo que impetuosos llegar diviso rechinando las sierras de dientes que han de triturarme; otro temos me acora que no oso declararte.


Cuando ¡ay! me coronaban mis amorosos días de juveniles flores que la zozobra marchitó, de la sierra, heredera de su nombre, en las soleadas cumbres, soñaba, reclinada de Atlas en el regazo.


En los astros la mirada, y á mayor altura la mente, cantaba él los siderales fulgores, el rubicundo hijo del alba, el concierto de los mundos que Eros creó y cobija; y, con áurea lira, alas daba yo al plácido ritmo.


Pulsábala, hacia mis hijos volviéndome encelada; gozaba ¡ay! en ver, con sus aljofarados dedos, á ellas encarmenar los corderos apacentándolos con ajedrea, á ellos batirse con los leones, cuerpo á cuerpo en el declive.