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XVII
Prologo

hubiera una gargantilla de sultana, y, con ellas y otras mejor escogidas flores, hubiera coronado sus sienes de reina. Su perdón me conceda, si hoy oso deponer á sus plantas mi manojillo de espigadera junto á las doradas haces del siempre soleado, y por Dios bendito campo de su literatura.




Al despedirme no há mucho del mar, cuna de mis postreras ilusiones, mientras sentaba mi planta en las escaleras del Muelle de Barcelona, poco esperaba yo una acogida tan amistosa como halagüeña para el poema que, en mal pergeñado manuscrito, llevaba debajo del brazo, salobre aún y trascendiendo á alquitrán y algas marinas. Poco esperaba yo que, después de leído una y mil veces en lo apartado del hogar catalán, mostráranlo los propios á los extraños, señalando con una mano y obligando á fijarse en sus escasas bellezas y cubriendo benévolos con la otra sus defectos y lunares. Al amor de mis compatricios, representantes de la patria y de las letras, más que á mi pobre ingenio, debo la feliz entrada de mi nave en el puerto de la buena fama. Gracias mil sean dadas á la institución de los Juegos Florales, que le desbrozó y abrió camino; á la Excma. Diputación que le tendió los brazos y á tantos periodistas, críticos y poetas que cubrieron de flores los secos rebrotes y las espinas de mi ramillete y en sus alas lo levantaron á tanta y tanta altura que lo han vislumbrado del lado de allá del Pirineo, de la opuesta orilla del Ebro y hasta, ¡quien lo dijera! de la otra parte del Atlántico.

 Hoy, al sacarlo por segunda vez á luz, he procurado