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VIII—EL HUNDIMIENTO

Y horripilados ante el caos, abísmanse de nuevo sobre sillares que ayer les sirvieran de base; y los antros tenebrosos de aquella revuelta mar retruenan y se estremecen al hórrido desquiciamiento.


Húndese la que fué tálamo de hermosas Hespérides; sus cumbres, desprendiéndose, asiéntanse en los valles, y prorrumpe en horroros aúllos y gemidos como hembra que, en mal parto, exhala la vida.


Las planicies, al rajarse, ofrecen sepultura á los cerros, dando, por hoyos y sopeñas, terribles y mortales bufidos; ya no se desmoronan ciudades, ya no se desmelenan bosques; gemidos son de un mundo en agonía mortal.


El formidable minhocao, que en sus entrañas yacía, al ver que en ellas se abren tan enormes boquetes, sale furioso, por entre ruinas de pueblos y montañas, amedrentando á monstruos terrestres y marinos.


Otros escupe á la par el abismo, que tosco nido tenían, en la coraznadad del árbol que se derrumba, dragones, cerastas, áspides de mortífera mirada, y grandes boas que serpean como ríos.