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VIII—EL HUNDIMIENTO

Por entre las yentes y vinientes olas, descalabrado y chorreoso, evádese Alcides, y, tropezando en islas y en arrecifes, bracea ya más cercano del costanero arenal.


Allí le esperan con los Númidas, las Arpías y la Amazonas, feral enjambre que vomita el líbico desierto; ¿acuden quizá á regraciarle por haber roto las prisiones de los mares?


No bien le divisan ganar la orilla hacia Hesperis, caen sobre él cual nube de langosta, tras Anteo que los guía, semejante á un crestón de montaña que rueda empujado por los ardientes brazos del simoun.


Mas, como herida del rayo, asómbrase el África entera cuando el héroe embiste á su titánico caudillo; es la postrer morralla que huye ante su clava, su clava que limpió de monstruos el universo.


Tres veces rueda Anteo derribado á sus pies, otras tantas alzándose del fango con renaciente coraje; cuando aquél, con férreo puño, le enarbola y oprime, como cañas haciéndole crujir los huesos dentro del pecho.