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IX—LA TORRE DE LOS TITANES

Mas ya el alba, sembrando á haldadas perlas y lirios, como tierna madre guía del brazo al naciente sol; y á su dulce beso, inflamadas y ceñadas de arreboles, se esparcen por los aires las nubes de Occidente.


Entre ellas, rubios y hermosos, tropiézanse dos Ángeles; sube lloroso el uno, risueño desciende el otro:—¡Ay dolor! ¡Ángel era yo de los reinos que se anegan!—Yo lo soy del que nace de sus ruinas.


—¿No muere acaso para siempre? ¿revivirá, como el Fénix, en su lecho de lava? Sí, pues hacia Oriente renacer veo el astro que aquí se pone. Toma su corona de oro finísimo, que ya devolvía á los cielos; cuando sea reina de los mundos, colócala en su frente.


Así diciendo, la presenta, y reemprende el vuelo, despolvoreando sus alas de nieve, miéntras aquél baja á Hesperia, que sonriente se alza del florido respaldar de pirenaicas sierras.


Mas ¡ay! dó están el Elíseo Occidental, y el tálamo de Hesperis, en que Hespérides y Atlantes nacieron? ¿dónde, la tierra que enlazó los hemisferios con sus brazos? Todo, todo fué pasto de voraces abismos.