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I — El incendio de los Pirineos

En tanto, del Ródano junto á las aguas, deformes y rebultados gigantes apedrean al héroe griego; bajo cualquiera de los bloques que á manta le lanzan cobijarse pudieran rebaño y rabadanes.


Sepulto le creen bajo peñas, cual en su fosa, cuando la llama del coraje relampaguea en sus ojos, y con su maza los tumba y los tritura, cual terrones de áspero barbecho el paso del rodillo.


Desalado, dirige entonces sus pasos al gran incendio al verlo crestear rojizo por cima de las nubes; y al percibir quejidos, hunde en él los desnudos brazos, haciendo retemblar de asombro aldeas y pastores.


Entre los riscos de Canigó ábrese un barranco oculto por zarzales y peñas caedizas, en las que de una en otra, á manera del alto puente del Diablo, el fuego atravesado se había en arco gigantesco.


Sólo algunos almeces hechos ascua culebrean al abismarse, hermosa estela de chispas y de llamas dejando en pos, mas de repente chisporrotean en las aguas de la hondonada, y tristes ayes responden al borbollón de las olas.