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II — El Huerto de las Hesperides

Acércase para apoderarse de la rama cimera del árbol, cuando ágil desenróllase el deforme dragón de flameantes ojos, y, blandiendo en torno la gruesa cola á manera de lanza, por poco le cercena entrambas manos con sus fauces y zarpas.


Él, hurtando el cuerpo, le aplasta la cabeza, y el monstruo abate sus alas y su vuelo; sanguinoso veneno salpica las flores, y su terrífica mirada apagándose va, cual luz de exhausta candileja.


Al morir, anúdase y se enrosca al tronco del árbol, haciéndolo crujir de cuajo á cada estremecimiento; y al ver las Hespérides que hilo á hilo se desangra, quejumbroso alzan hasta el cielo su virgíneo clamor:


-¡Ay! mísera Atlántida, mas ¡ay! de quienes te llaman madre; mucho será si vemos renacer el día, que punto por punto se cumple de nuestro padre el vaticinio, pues con Atlantes, patria y dioses, todo fenece.


« Gigantes fuimos,» exclamó al morir: «nuestro hálito hizo que la tierra sudara de espanto y manara sangre; la colina que atajarnos quiso, allanada se mira, que ni bosques, ni anchurosos mares nos fueron estorbo.