Página:La romana. Presencia de la mujer en las Elegías del Corpus Tibullianum.djvu/31

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La educación erótica Cuando Ovidio recopila una buena parte de la conducta elegíaca en el Ars Amandi con una perspectiva de Roma bene que habla desde el interior del palacio y de la poesía, no meramente se burla de los gestos amatorios ni se limita a sumariar y comentar todos los clichés del amor urbano, sino que desnuda la condición misma del discurso elegíaco en su disimulado magisterio adoptando el tono del praeceptor. Hay un fundamental componente "didácti- co" en la poesía erótica (erotodidaxis) por el que el poeta propone una mujer (siempre la misma) en la que se concentra su pedagogía amatoria. Al calor de la cultura alejandrina, Roma pasa del sueño de las conquistas, de la constitución jurídica y militar del estado, del trabajo de los campos, a los ensueños de la pasión. De alguna manera, la dorada iuventus del siglo I a.C. asume el magisterio de enseñar a sus mujeres ciertas leyes de juego que las vuelva entretenidas ya que los hombres sólo entienden de política y negocios, y propone que la mujer puede resultar un ser atractivo contra quien batallar en tiempos de paz. El juego empieza y, con algo de eso que siempre suena a decadentismo porque presupone opulencia y luxuria (interesante evolución de la palabra, desde lujo a apetito sexual), la femme fatal se adueña del escenario. La estrategia comienza, al menos documentablemente, en Catulo, cuando presenta a Lesbia como arrebatadora mezcla de diosa y prostituta, una de la imágenes más persistentes en toda la literatura occidental posterior. El romano, con más tiempo y mejor disposición para entregarse al otium, se empapa de cultura griega, particularmente alejandrina, que matiza la severa dicotomía matrona / meretrix de la Roma arcaica con graciosas cortesanas de comportamiento exótico, capaces de actuar, llegado el caso, como hombres. A partir de la poesía de Catulo, desdeel psicologismo a las teorías del género, se ha estudiado la inversión de roles masculino-femenino que culmina en el llamado seruitium amoris, con la noción del máximo dominio de la mujer y la subordinación proclamadamente servil del varón. Toda la elegía amatoria 31