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ANDERSEN.

y dibujos; parecia fastidiarse y me recibió con agrado. Me echó migajas de pan, me hablo con dulzura y silbó para que me acercase; poco á poco, tuve en él plena confianza y fuimos dos buenos amigos.

Compartía su pan conmigo, me daba algo más que la corteza del queso; de vez en cuando teníamos salchichon; era una buena vida.

Pero no era todo esto lo que me complacia; estaba orgullosa del cariño de aquel excelente hombre. Me cogía en la mano, jugaba en su barba; cuando tenía frio me abrigaba en su manga. Tenía por mí un verdadero apego y yo le pagaba con creces. Olvidé el objeto de mi viaje, no hice caso de mi asador que cayó en una rendija del entarimado, donde se encuentra todavía.

Me quedé ahí, diciéndome que, si yo me iba, el pobre prisionero no tendria con quien compartir su pan y queso. Pero fué él quien se marchó. La última vez que le vi, aunque estaba muy triste, me acarició con ternura y me dió una rebanada de pan y la mitad de su queso. Al salir del calabozo me mandó un beso con la mano. No volvió nunca y nunca he sabido lo que fué de él. « Sopa de asadores, » decía el portero siempre que se hablaba de él. Estas palabras me recordaron el objeto de mi viaje y volví á la portería. Acostumbrada á las bondades