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ANDERSEN.

sabía leer sus nombres que habian creido inmortales.

Las golondrinas sabian lo que vale la celebridad entre los hombres.

Construyeron sus nidos en las vertientes del camino cubierto, desmigajaron el terreno y las lluvias se llevaron el nombre del tambor y el de su hijo Pedro. Empero, Pedro no merecía que su nombre desapareciese tan pronto, pues tenía porvenir. Era un niño lleno de vida y alegría, poseia una voz deliciosa y cantaba como las avecillas del bosque. Se habría dicho que sus canciones eran las melodías de un gran compositor, y sin embargo no estaban impresas en ninguna parte. « Es preciso que sea monaguillo, dijo la madre, que cante en la iglesia, entre los ángeles dorados á los que se parece. »

Los graciosos de la ciudad no eran de este parecer y llamaban á Pedro: « Gato color de fuego. »

« No vayas á tu casa, le decían los pilluelos callejeras; si entras en el granero, pegarás fuego á la paja y tu padre tendrá que tocar su tambor para anunciar el incendio.

— Pero ántes, respondió Pedro, me prestará sus daguillas para daros una paliza. » Y pequeñito como era, se lanzó con osadía sobre el más insolente de los muchachos, le dió un puñetazo y lo tendió por tierra; los otros huyeron.