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SANTA ANNA.

en oración; en la sala de baile; en el palenque, apostando; en la sala de audiencia; en el banquete; y en entrevistas privadas de delicada diplomacia, cuando los intereses políticos de las dos naciones estaban en juego. Nadie lo puede olvidar fácilmente y he retrasado su descripción hasta ahora porque no he estado dispuesto a engañarme o a otros. De acuerdo a la opinión pública, es un acertijo en personaje; él seguramente no lo es en apariencia y si su persona y sus modales no son, como con los demás, debe ser tomado como un índice razonable del hombre, él es o un súper-hipócrita o un excelente actor.

En persona, el General Santa Anna es de unos seis pies de altura, bien hecho, y de caminar correcto, aunque golpea al caminar con un palo de madera anticuado, rechazando, como incómodo, todas las "simulaciones de piernas " con resortes e invenciones auto movibles, que le han regalado sus aduladores de todas partes del mundo. Su vestido, como he dicho antes, es en todo evento público de un alto oficial del ejército; y su pecho está cubierto con decoraciones ricamente enjoyadas.

Su frente, sombreada con cabello negro salpicado de gris, no es de ninguna manera noble, pero estrecha y suave. Aunque su cabeza es bastante pequeña, y tal vez algo demasiado larga por el ancho, tiene, sin embargo, un perfil marcado y definido, que indica talento y resolución. Su nariz es recta y bien formada, y sus cejas tejen una línea cerca de sus brillantes ojos, que se dice que irradian fuego cuando se despierta con pasión. Su tez es oscura y amarillenta y su temperamento evidentemente bilioso. Su boca es la característica más notable. Su expresión prominente, en reposo, es una mezcla de dolor y ansiedad. En reposo perfecto, pensarías que el ve a un amigo moribundo, con cuyos sufrimientos compadecía profunda e impotentemente.

Su cabeza y cara son de carácter atento, pensativo, melancólico pero determinado. No hay ninguna ferocidad, venganza o mal temperamento en su expresión; y cuando su semblante se ilumina por amena conversación, en la que él parece ansiosamente entrar aunque con una voz tenue y tímida; y cuando él pone una dulce sonrisa atrayente, que parece demasiado tranquila para nunca llegar a carcajada; sientes que tienes ante ti a un hombre, que sería escogido entre mil por su tranquilo refinamiento y temperamento serio; uno que tomaría a la vez tu simpatía y respeto; un bien—educado Caballero y un soldado firme, que puede ganar por la solicitud de una discurso insinuante o gobernar por la autoridad de un espíritu imperioso.

Tal es el retrato del hombre que, desde el estallido de la Revolución Mexicana, ha desempeñado un papel principal en el drama de la época y ha luchado y forzó su ascenso desde el rango más humilde. El destructor y generador de muchos sistemas y hombres, él no siempre ha estado al lado del republicanismo, según las nociones ilustradas y liberales del Norte; pero sinceramente es de esperar, que esté profundamente comprometido como un viejo soldado y valiente luchador en la causa de la libertad, ahora disminuida hacia la locura del despotismo.