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MÉXICO.

español lo toma con la despreocupación de fatalismo oriental. Nada lo desconcierta, perturba o le obliga a pronunciar una exclamación de placer o un suspiro de dolor—pero se sienta en silencio estoico recibiendo sus onzas, si gana, sin afán, o ver al Banco hincharse sin dolor, si pierde.

El juego de monté se ha convertido en parte de la naturaleza misma de los habitantes de América del Sur. Acostumbrados en los tiempos anteriores bajo el Gobierno Colonial, a inmensa riqueza, "riqueza (como los ancianos describen,) en que ellos literalmente nadaban", el oro perdió su valor y se convirtió en un contador, por medio del cual pasaban sus horas de ocio en una excitación agradable que nunca ni les alteró ni les hizo eufóricos. Este sentido habitual del juego pasó de padre a hijo y el tener una mesa, o su propiedad, no es considerada de mala reputación, como en otros países. Por el contrario, las sumas más grandes son abiertamente proporcionadas por los banqueros más respetables, y el deporte se considera una especie de comercio legítimo.

Sin embargo, se produce gran angustia en México por juegos de azar. Mientras que un centenar de establecimientos abren en San Agustín durante tres días, ¡no hay menos de cientos, en la ciudad de México, que abren a diario durante todo el año! La consecuencia es, que aunque los apostadores más ricas y audaces, que aventuran sus 200, 400 o incluso 1000 doblones en una sola carta en San Agustín, juegan allí, solo una o dos veces al año, sin embargo, el las perdidas constante de los jugadores pequeños se mantiene día tras día y noche tras noche en la Capital. ¿Es que cabe preguntarse entonces, en medio de una nación de tales hábitos — tan pródigo, orgulloso y fácilmente arruinado, que personas que aventuran y perder su todo en un solo juego o viven habitualmente bajo el riesgo de la fortuna, se lleven ellos mismos por fin a la carretera y robar con pistola en lugar de cartas? Ambos son atajos a la fortuna o la horca.

Nos fuimos, a las 2 de las casas de apuestas para el Palenque. El Presidente, el General Santa Anna y el General Bravo, con sus sequitos, ocupaban uno de los palcos del centro del teatro, mientras que el resto se llena con la belleza y la moda de México. Es la moda de las mujeres de familia y respetables asistir a estas fiestas, su gran objetivo a eclipsarse mutuamente en el esplendor y la variedad de sus prendas. El furor es tener un vestido para misa de 10, uno para el palenque, otro para el baile en el Calvario y un cuarto para el bale en la noche. ¡Estos por supuesto deben ser diferentes cada día sucesivo del festival!

Los gallos son llevados al centro del palenque dentro del anillo, los gallos del Presidente son generalmente los que primero ponen sobre la tierra. Luego son arrojados de uno al otro para retarlos y retomados nuevamente antes del comienzo de las apuestas. Corredores pasan alrededor, proclamando el monto colocado para apostar por cualquier gallo particular. Cuando se ofrecía una apuesta