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UN FANDANGO.

Anduvimos por una hora o dos en el hermoso jardín Laborde, viendo la puesta de sol sobre la cañada occidental y nos resultó difícil dejarla incluso ante la promesa de una cena. Mientras habíamos estado de visita en la mañana a la hacienda, llegó la diligencia desde México, y los pasajeros hambrientos, que habían viajado desde las 3 casi sin comida, hicieron una profunda entrada en la despensa. Requirió cierta energía reparar este caos, y como nuestra cena se había ordenado para las 6, aproveché la ocasión para dar mis respetos a la cocinera. Con ayuda de un poco de dinero en efectivo y persuasión, logré conservar nuestras provisiones intactas hasta penetrar más lejos en el campo, donde, con toda probabilidad, las necesitaremos más.

Después de cenar, dimos un paseo con luz de Luna a través de la ciudad. La noche era tan despejada y serena, como una de nuestras noches de verano por la orilla del mar.

Antonio, el héroe de nariz rota y propietario del perro, propuso que deberíamos ir a ver un fandango, en la casa de uno de los burgueses, que era su amigo. Nos guio en el camino, a través de varias calles, una bonita vivienda en medio de un jardín, donde encontramos una fila de damas mayores sentadas en sillas con respaldo alto contra la pared, mientras una docena más joven y bonitas (a la luz de un par de velas de sebo hambrientas,) recibían felicitaciones de otras tantas bellas del pueblo. Dos o tres músicos estaban sentados en una esquina rasgueando su bandolones y pasaron una media hora en preparaciones de afinación, mientras se juntaba el grupo. Al fin, cuando todos se habían reunido, el maestro— un veterano y soltero, el hombre más brioso y ocupado del grupo—se constituyó a si mismo como maestro de ceremonias para la noche e insistió en que nos uniéramos en un baile de contra danza, se levantó expresamente para los extranjeros.

Du Roslan y yo nos unimos a la danza, en mi principio de "tomar a la gente como es y hacer lo que hacen," además que creo que siempre es del peor de los gustos dejar hombres, no importa que tan humildes o pobres sean, bajo la impresión de que han sido visitados como curiosidades. Después del baile, entregamos un par de dólares a los sirvientes para traer refrescos de "Amor perfecto" y "Noyau" para las damas y algo más apropiado para ser saboreada por los señores. Entendimos que no era contrario a las normas de la "buena sociedad";— por lo que tomaron y se pusieron más vivos. Una pareja tomó el piso—la dama con castañuelas y el hombre cantando un aire a la guitarra. Otra pareja siguió su ejemplo, mientras que el resto formó un baile con la música del resto de los instrumentos. Los Cuernavaqueños parecían muy despiertos, por al menos una vez, y fuimos quietamente a la medianoche, en medio de un tumulto de música y alegría.

20 septiembre. A las 4, el día amanecía y la Luna aun brillando, cuando pasamos a través de los suburbios de Cuernavaca. Cuando llegamos a la meseta de las tierras altas de la meseta, donde la barranca rompe estrepitosamente, el sol salió. No había habido ninguna lluvia durante la noche; el cielo estaba perfectamente claro y en la distancia estaban las montañas de la