Página:Mexico as it was and as it is.djvu/243

De Wikisource, la biblioteca libre.
Esta página ha sido corregida
188
MÉXICO.

hacia la orilla opuesta y tanto como fue posible contra corriente; pero con todos sus esfuerzos parecía no avanzar y su cuerpo fue llevado por la corriente hacia unos arboles y ramas rotos que se doblaban sobre el agua desde la orilla que habíamos dejado. Lo espolee, azoté, animé, sin resultado. Hizo otro esfuerzo; pero al fallar, mantuvo su cabeza por encima del agua y se dejó llevar por la marea. Sentí mi situación como peligrosa, sobre todo porque me acercaba rápidamente a las ramas largas y afiladas, que yo sabía me podrían herir gravemente. Por lo tanto, resolví saltar de él y nadar a la orilla, que estaba a no más de una docena de pasos.

Pero, en ese momento, Pedro vino galopando hasta el punto opuesto en que estaba a la deriva y, cuando estaba a punto de ejecutar mi propósito, vi su lazo, lo lanzó con gran precisión, cayó alrededor de la cabeza de mi animal. Con la punta enrollada en su silla, Pedro se mantuvo firme en la orilla, y en un minuto, la acción de la corriente había llevado a mi caballo a la orilla. Empapado como estaba, por siempre en adelante sentiré una deuda de gratitud a un lazo— que raramente se siente para nada en la forma de una soga.

Mi compañero y yo continuamos nuestro viaje, ambos húmedos, (porque a él no le había ido mucho mejor que a mi), pero ambos estábamos satisfechos de estar mojados, ya que tuvo el efecto de un baño, mientras que la evaporación del agua de nuestras ropas, nos enfrío y refrescó.

Así a través del Valle y los claros, (rara vez encontramos un indio o pasamos una de sus casas miserables) y sin saber de nuestro grupo, seguimos adelante hasta aproximadamente las 6 de la noche, cuando llegamos a una llanura amplia y cultivada, atravesada por un rio considerable parecido en sus bancos verdes y prados suaves puesto en un marco de altas montañas, el paisaje sobre la fuente de nuestro Potomac. No habíamos viajado mucho sobre esta llanura antes de pasar por la hacienda de Miacatlan. A corta distancia, a la derecha de éste, apareció el pueblo de Tetecala. Tan pronto como un indio que pasaba mencionó el nombre, recordamos que era nuestro lugar para pasar la noche.

Pasamos rápidamente un barrio indio, enterrado, como de costumbre a lo largo de la tierra caliente, en flores y follaje, que entre los que pasaba la población inactiva y contenta. Aquí nos encontramos con un guía, quien había sido enviado por nuestros amables anfitriones, y pronto estábamos bajo el abrigo de su amigable techo.

Nuestros caballos fueron rápidamente desensillados y llevados al amplio corral; y refrescado por un traje limpio y un cigarrito, caminé había el pueblo de buen gusto y visité el mercado y la Iglesia (una de las mejores que he visto, especialmente en el simple y verdadero gusto de su arquitectura y la disposición del altar y púlpitos,) antes de que nuestros compañeros hicieron su aparición. Resultó, después de todo, que ellos—no nosotros—habían equivocado el camino y habían vagado mucho fuera del camino bajo la dirección de un guía. A veces es mejor no tener ninguno.

Además de todas nuestras investigaciones anticuarias, hoy viajamos casi quince leguas, y aunque he ganado un derecho a una almohada suave