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CARTA VIII.


LA CIUDAD DE MÉXICO.

Me quedé cuando me fui a descansar en mi hotel en México, y reposé sólidamente después de mi último fatigante paseo de las montañas y la llanura a la ciudad. Me desperté, sin embargo, varias veces por el repicar de las campanas de las iglesias para la misa temprano. No había oído este sonido desde mi visita a Italia hace muchos años, y me trajo muchos recuerdos agradables, mientras yacía medio despierto y medio soñando, durante las primeras horas. Cuando me levanté me emocionaron otros recuerdos de Italia. Las ventanas, descendiendo hasta el suelo, el piso de ladrillo del cuarto, abiertos, dejaba entrar un aire digno de ¡Nápoles la hermosa! Era mediado de noviembre, pero había una suavidad de mayo en la atmósfera.

El cielo era de ese peculiar azul ultramarino profundo de regiones elevadas. Al pasar la vista por la calle desde mi balcón, la ciudad estaba viva con una población fecunda; las ventanas de las casas estaban abiertas; mujeres blancas iban a casa de la misa; viejos monjes caminaban en las túnicas de sus hábitos; el carnicero empujaba a su burro con su peripatético puesto colgando con diversas carnes; flores recién floreadas y árboles estaban en los patios, de los cuales vi destellos a través de portales abiertos; y en los balcones descansaban los madrugadores, disfrutando de un cigarro tras su taza de chocolate. ¡Era una escena alegre y hermosa, digna del lápiz de ese maestro pintor de ciudades—Cannnaletti, quien habría encontrado placer en la notable transparencia y pureza de la atmósfera a través del cual las distantes colinas a unas veinte millas, solo parecían una barrera al final de la calle!

El plan de la ciudad de México es precisamente una cuadricula con un mayor número de plazas. Calles rectas cruzan entre sí en ángulos rectos y a intervalos regulares. Las casas están pintadas con alegres colores—azul claro, leonado y verde, intercalan con un blanco puro, que dura mucho tiempo en la atmósfera seca.

La vista de todas estos desde la elevada torre de la Catedral, (al que pronto fui después de mi llegada a la capital) presenta una masa de cúpulas, campanarios y viviendas con techo plano, frecuentemente cubierta, como jardines colgantes, con flores y follaje. Más allá de las puertas, (que apenas pensarías limita una población de 200.000 habitantes,) la vasta planicie se extiende por todos lados a las montañas, atravesado en algunos lugares por