Página:Mitos y fantasías de los aztecas.djvu/126

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marineros, miembros de la Hacienda Real y negros e indígenas antillanos.

El resultado es que los enviados de Narváez cuando llegan a México-Tenochtitlán se quedan totalmente impresionados y avasallados del poder que en ese momento ostentaba Cortés. No solo era la ciudad más grande y mejor urbanizada que cualquiera de Europa, no solo por los cientos de miles de guerreros que estaban a su servicio, tanto aliados como mexicas. Lo más importante y demoledor para las intenciones de Narváez y Velázquez fue el tesoro que Cortés les enseñó a los enviados.

Como siempre, Cortés los pasó a su causa y les prometió oro y poder, si convencían secretamente a los hombres de Narváez de que se pasaran al bando de Cortés. Los engañados regresaron a Cempoala y convencieron a los expedicionarios (que también venían por oro) y esperaron el arribo de Cortés.

Para esto Cortés tomó a la mitad de su gente, confiado en su artimaña, para “luchar y vencer” a los 1500 hombres que venían a tomarlo preso. Dejando a cargo de México-Tenochtitlán a Pedro de Alvarado con la mitad de los hombres, que no pasaban de 300 españoles. Los historiadores hispanistas, que no dejan de alabar y otorgarle falsos méritos a Cortés, describen la lucha entre españoles como otra “gran victoria” del valiente conquistador. Otro mito totalmente falso, la “batalla” fue una ridícula escaramuza que teatralmente montaron los perseguidores de Cortés.

“La sorpresa, de hecho, no existió sino para Narváez: cuando Cortés atacó por fin Cempoala en una noche de tormenta, aunque un centinela los había puesto sobre aviso, los de Velázquez apenas si quemaron una poca de pólvora para salvar las apariencias, celebrando al día siguiente su derrota con tanto descaro de pífanos y tambores que hasta sus

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