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Que era un hombre culto, valiente y respetuoso de ley.

Los historiadores hispanistas han tratado de “decorar” la figura de un ambicioso malandrín. Nadie le niega a Cortés que fue “un hombre de su tiempo” y que muchos otros quisieron hacer lo que él logró. Que era un hombre de carácter, con una gran fuerza de voluntad y sobre todo, que la ambición lo llevó a lograr algo que parecía imposible. Solo la acechanza de la muerte y la amenaza permanente de estar fuera de la ley y que en el siguiente paso podía caer en la desgracia, lo espoleó a niveles increíbles.

Pero lo mismo podríamos decir hoy en día de un poderoso narcotraficante que defiende su emporio ilícito de poder con arrojo y temeridad. Pero no podríamos ni remotamente pensar que es un héroe o un prohombre. Cortés no solo actuó fuera de la ley de España y de Cuba. De España porque no había autorizado una invasión a tierra firme y menos una colonización. De Cuba porque traicionó al gobernador y a sus socios que invirtieron en la expedición para recatar oro (robar). Pero también actuó de manera ilícita con los mexicas y los pueblos originarios, pues afirmó que lo había enviado desde el otro lado del mar el rey de España. Asoció inmoralmente al Rey de España con Quetzalcóatl, haciendo creer a los pueblos del Anáhuac que él era “el capitán de Quetzalcóatl” y que llegaba para hacer cumplir la profecía. Para la civilización del Anáhuac la palabra de un individuo, en especial de alguien que tiene un cargo muy importante, es sumamente respetada y de toda credibilidad. Cortés abusó de

ese elemento cultural.

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