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18 EL PADRINO

vo aún que soportar la vergiienza de ver al hombre que había amado, al padre de sus hijos, convertido en sus últimos años, en un ebrio, es decir, en un ser que había perdido toda noción de dignidad.

Sin embargo, Julia y sus hijos sintieron in- finitamente la muerte de aquel hombre, causa de sus desgracias, porque, si alguna buena cualidad tenía Ernesto, era ser muy cariñoso con su mujer é hijos; cariño mal entendido ciertamente pero que, lo repito, era la única virtud de aquel infortunado.

Al presente, en aquella familia, todos tra- bajaban: grandes y chicos.

Rodolfo, que contaba veinte años y traba- jaba desde los diez, era un muchacho serio y laborioso, que, afortunadamente, en nada se asemejaba á su padre. Pero había estado largo tiempo enfermo y perdido por esa causa su buen empleo: había después logrado otro, aunque con un sueldo tan mísero que apenas alcanzaba para pagar la casa (una pobre ca- sita situada en uno de los barrios más tris- tes y apartados de Montevideo) é ir amorti- zando las deudas que su padre había con- traído.

Margarita, su madre y hasta la niña Julieta, cosían sin descanso para poder sustentar aquella numerosa é infortunada familia.

Las miserias, los trabajos y sufrimientos,