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DE CECILIA 21

verla bucua y dichosa, ella también sería reliz.

Luego evocó la imagen del que le ofrecían por esposo... ¿Qué podía decir esta imagen á un corazón de diez y seis años...?

Era viejo, para ella, pues contaría muy cerca de cuarenta años, hasta era viudo y con una hija que tendría más ó menos, la edad de la que quería hacer su esposa. Margarita pensó cuán poco elegante era su figura, cuán aburrido su trato... ¿podría ella amarle? La pobre niña no necesitó cavilar mucho para decirse que no.

Quizás si, como decía su madre, era tan bueno lo llegara á querer algo. ¿Acaso me- recen cariño solamente las personas jóvenes y bonitas... ?

Después era más confuso su pensamiento; un sueño casi! Porque en sus tristes horas de trabajo y de vigilia solía hallar consuelo soñando con alguien que veía con frecuencia, que era su amigo de infancia, casi su her- mano. Siempre había hallado secreta dulzura pensando en Eduardo, un sobrino de aquel don Pedro con quien ahora le proponían que se casara; y aunque Margarita no sabía lo que era amor, comprendió muy bien cuán dis- tintos hubieran sido aquella noche sus senti- mientos si le hubiera preguntado ¿quieres casarte con Eduardo?