DE CECILIA 23
respiraba una atmósfera muy agradable, gra- cias al alegre fuego, que chisporroteaba en artística estufa de mármol.
Eduardo Viñas, aventajado estudiante de ingeniería, acababa de llegar, pues acostum- braba comer los días de fiesta en compañía de su única familia.
Juanita, la hija del dueño de la casa, tocaba el piano con exquisito gusto mientras Eduardo y su tío conversaban de negocios, en voz baja.
Real era un hombre de treinta y ocho á cuarenta años, bien conservado, bajo, de as- pecto bastante tosco, rostro muy moreno y facciones regulares, aunque algo grucsas. Su cabello era lacio, de un negro brillante, y sus ojos, negros también hubieran podido llamarse hermosos, á haberlos animado un rayo de inteligencia 6 de bondad. No podía decirse que fuera un hombre feo, pero se no- taba á primera vista que era un alma vulgar así como veíase impreso en su frente, estre- cha y deprimida, el sello de violentas pasio- nes á las que la razón no imprimía su bené- fico freno.
Juanita se diferenciaba tanto de él que no parecía su hija.
Era una criatura encantadora, una preciosa miniatura de mujer. Bajita, de formas re- dondas y suaves, talle flexible como un junco