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DE NINÓN DE LENCLÓS 23

La dicha de que Ninón vió gozar á este hijo no le permitió nunca arrepentirse de la debilidad á que debía él la vida. Feliz si en lo adelante no hubiera sido madre una segunda vez para sufrir la mayor de las desgracias.

La muerte del cardenal de Richelieu y la de Luis el Justo habían cambiado la faz del Estado. Los pri- meros años de la Regencia se señalaron sólo por los placeres de una corte amable y la dicha de todos los súbditos.

Los franceses, tan naturalmente amigos de los pla- ceres como de la gloria, no se ocupaban más que en dividir sus corazones entre estos dos objetos.

Nadie fué amante que no sirvió á su rey Nadie guerrero que no sirvió á su dama (1).

Que época dichosa para Ninón cuya alma viva y sensible no respiraba más que por y para la voluptuo- sidad. La naturaleza que parecía haberse complacido en formarla, le debía aquellos hermosos días de abun- dancia y de delicias que autorizaba una dulce poll- tica.

Todo gusto parecía inútil,

El dulce error no se llamaba crimen, Los vicios delicados llamábanse placeres (2).

La nación francesa más avisada sobre los gustos de la sociedad por un comercio menos misterioso y menos interrumpido con las mujeres, y el amor y el cultivo de las letras, echaba los fundamentos de una gloria que, aumentando los conocimientos, los talen- tos y las artes, debia hacerla envidiar y pronto imitar

(1) Estancias irregulares sobre los primeros años de la Regencia, por Saint-Evremond. (2) Ibidem. Q