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NUESTRA SEÑORA DE PARIS
POR
VICTOR HUGO

Adornada con viente y ocho láminas

Hace algunos años que, visitando ó, por mejor decir, huroneando la catedral de Nuestra Señora de Paris, encontró el autor de este libro en un oscuro rincón de una de sus torres, esta palabra grabada á mano sobre la pared:


ÁNÁΓKH.


Estas mayúsculas griegas, denegridas con el tiempo y profundamente entalladas en la piedra, no sé qué signos peculiares á la caligrafía gótica, impresos en sus formas y actitudes como para revelar que las había escrito allí una mano de la edad media, y sobre todo, el sentido lúgubre y fatal que encierran, hirieron vivamente la imaginación del autor.

Preguntóse á sí mismo, procuró adivinar cual podia ser el alma en pena que no habia querido abandonar este mundo sin dejar aquella marca de crimen ó de infortunio en la frente de la vieja iglesia.

Después, han embadurnado ó raspado (no sé cual de los dos) la pared, y la inscripción ha desaparecido; porque esto es lo que se está haciendo hace ya cerca dé doscientos años con las maravillosas iglesias de la edad media. De todas partes les vienen las mutilaciones, de dentro como de fuera: el sacerdote las pintorrea, el arquitecto las raspa; el pueblo llega enseguida y las derriba.

Así que, excepto el frágil recuerdo que le consagra aquí el autor deste libro, nada queda ya en el dia de la misteriosa palabra grabada en la sombría torre de Nuestra Señora, nada del ignorado destino que tan melancólicamente reasumia. El hombre que escribió allí aquella palabra desapareció hace muchos siglos de enmedio de las generaciones; la palabra ha desaparecido también de la pared de la iglesia, la iglesia misma acaso desaparecerá bien pronto de la haz de la tierra.

Sobre aquella palabra se ha compuesto este libro.

Paris.—Marzo dé 1831.


LIBRO PRIMERO.

I.

LA SALA GRANDE.

Hoy hace trescientos cuarenta y ocho años, seis meses y diez y nueve dias, que se despertaron los habitantes de París al repiqueteo de todas las campanas tocando á vuelo, en el triple recinto de la ciudad, de la universidad y de la villa.

La historia sin embargo no hace mención especial del dia 6 de enero de 1482; y nada habia por cierto muy notable en el suceso que así ponia en movimiento desde la madrugada á las campanas como á los vecinos de Paris. No era aquel ni un asalto de Picardos ó de Borgoñones, ni una urna llevada en procesion, ni un motin de estudiantes en la viña de Laas, ni una entrada de nuestro muy temido Señor el señor don Rey, ni siquiera una abundante cuelga de ladrones y ladronas en la justicia de Paris. No era tampoco la llegada, cosa muy frecuente en el siglo quince, de alguna embajada pintorreada y penachuda. Apénas dos dias eran pasados desde que la última cabalgada de esta especie, la de los embajadores flamencos, encargados de ajustar las bodas del Delfín con Margarita de Flándes, había hecho su entrada en Paris con notable disgusto de su eminencia el cardenal de Borbon, quien, por complacer á su soberano, tuvo que echarla de amable y obsequioso con toda aquella rústica retahila de burgomaestres flamen-

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TOMO I.