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OLIVERIO TWIST

tiene ya demasiada edad para permanecer aquí, ha resuelto volverle al Asilo. Vengo exprofeso para llevármele. Hágame usted el favor de traerle.

—¡Voy inmediatamente!—Y volvió á poco con el muchacho, que había tenido tiempo de ser limpiado en lo posible.

—¡Haz una reverencia al señor, Oliverio!—Le ordenó su introductora.

El chico obedeció á medias, pues compartieron la reverencia por igual el muñidor en la silla y el sombrero de tres picos en la mesa.

—¿Quieres venirte conmigo, Oliverio?—preguntó Bumble con énfasis que creía majestuoso.

Oliverio iba á decir que sí, que se iría de buena gana con cualquiera, cuando, alzando los ojos, sorprendió una iracunda mirada de la señora Mann, que se hallaba de pie tras la silla del muñidor, y bajo el recuerdo de otras semejantes, precursoras de inmediatas impresiones que perduraban en su cuerpo durante muchos días; contestó preguntando:

—¿Vendrá ella conmigo?

—No; no puede—contestó el señor Bumble.—Pero alguna vez irá á verte.

No era esto un gran consuelo para el niño: sin embargo, á pesar de su temprana edad, comprendió que debía fingir un gran sentimiento por irse. Poca dificultad tenía él para llorar: su costumbre de verter lágrimas era tal, que lloró y gimió tan naturalmente, que la señora Mann le hizo mil arrumacos y caricias y le dió un buen pedazo de pan con manteca, para que al salir no fuera tan hambriento como al entrar.

Con el pedazo de pan en la mano y la obscura gorra de uniforme en la cabeza siguió á su conductor y abandonó aquella casa, en la que nunca una palabra bondadosa ni una mirada de amor habían