Rio Grande de Santiago, la salida del lago de Chapala, por un puente de piedra de diecinueve arcos. Este puente es una de las estructuras notables erigidas por los antiguos españoles, y parece como si pudiera existir durante muchos siglos más. En ambos extremo del puente hay estatuas del rey y la reina de España que reinaban cuando se construyó el puente, pero tan desgastada y desfigurado por el tiempo que resulta irreconocible. Las tablas de piedra en la que se grabaron registros de la construcción y otros datos sobre el puente, han sido enyesadas con cemento para alterar y destruirlos, por ninguna razón aparente. La única fecha que pude descifrar fue 1718, y que parecía referirse a una reparación en lugar de la construcción de la estructura. Nadie viviendo en las proximidades pudo darnos ningún dato al respecto.
Las cascadas de este río, unas millas más debajo de donde cruzamos, se dice que se comparan, no desfavorablemente, con las de Niágara, pero no las vimos.
Nos quedamos en Zapotlanejo, un curioso pueblo antiguo de cuatro a cinco mil habitantes, en nuestra primera noche fuera de Guadalajara. Una diputación de ciudadanos, a caballo, nos encontró fuera de la ciudad, y nos escoltaron al pueblo. Son personas muy pobres, pero maravillosamente hospitalarias. Las casas tienen en muchos casos barricadas sobre las azoteas, recordatorios de antiguas revoluciones e invasiones; y una notable cantidad de niños de pelo claro y piel clara se ven en las calles, cuentan la misma historia. Una fina banda nos dio la bienvenida, los ciudadanos hicieron discursos en la noche, y fueron respondidas por el Sr. Seward; y un concierto por nativos mexicanos, todos excelentes músicos, el que tocaba el arpa era ciego, cerró el entretenimiento de la noche. El pueblo tiene una fina Iglesia antigua, actualmente en reparación, y está
