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UNA RARA MULA.

con pilas de rebosos sobre sus hombros, caminan arriba y abajo entre la multitud, y otros, con sarapes y ponchos de tonos brillantes, cuelgan sus bienes sobre las paredes, mientras que mujeres jóvenes y ancianas, casi todas con bebés con sus senos, se sientan en las piedras de la banqueta y venden sopas calientes, etc., de jarrones, por medio centavo el tazón.

Salimos de Lagos el 1 de noviembre, para un viaje de treinta y seis millas a León, nos hicieron suponer un buen viaje y fácil. Para cortar tres o cuatro bloques, el conductor evitó el buen, nuevo puente y condujo directamente al río, que llegó hasta el cuerpo y de la diligencia y era bastante rápido y amplio. Las mulas, sospechosas de la de seguridad del fondo, en medio de la corriente se negaron a seguir, y todos los azotes por una media docena de cocheros y postillones voluntarios no las hicieron seguir, y maldiciones y blasfemias suficientes como para hundir un barco, las hacían continuar. Nos llevaron en lanchas, y apenas aterrizamos vimos a las mulas cabeza de cerdo (pig-headed) avanzar por voluntad propia y caminar majestuosamente a tierra. Quizás sus pieles no sufrieron por esa rareza.

Entonces entramos en una amplia alameda alineada con inmensos árboles de la variedad conocida más al norte como el árbol de pimienta de California, pero aquí como el Peruano, que tiene ramas caídas y follaje, dándole el aspecto agraciado del sauce llorón, y en esta temporada esta cubierta con largos racimos de brillantes bayas rojas que encierran los granos de la pimienta picante. Esta alameda es flanqueada por zanjas encerrando campos cultivados, que son más altos que la carretera. Desde luego era un río de lodo y agua, y casi intransitable.

No avanzamos más de una milla cuando encontramos a nuestros coches de equipaje que habían salido antes del amanecer atascados en lodo y descargadas. ¡Una agradable perspectiva, de hecho!