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GRAN NECESIDAD DE UN FERROCARRIL CONTINENTAL.

y todo estará bien, para todos, si adquieren gradualmente el conocimiento, en lugar de ensenárselos con errores, de un de repente, por algún demagogo bocón, que les incite a empezar un nuevo reinado de desorden y terror.

En justicia a las autoridades de la República y estado, debo decir, que hacen todo lo que pueden para educar a la juventud, y mejorar la condición de la gente; pero mientras que los millones pobres son muy tan, pero muy pobres, y los pocos ricos son muy tan, pero muy ricos; el comercio se deprime, hay pocas mejoras públicas, y el Gobierno empobrecido por guerras interna y extranjera, y larga lucha con la Iglesia, el progreso necesariamente es muy lento, de hecho: sin embargo hay avance. Vendrá un tiempo mejor; ¿pero será en nuestro día y generación?

Nos encontramos y pasamos mucha gente del campo, yendo al mercado, con granes cestas de mimbre con camotes, frutas, papas dulces, etc., etc., sobre sus espaldas, y muchos de ellos iban trenzado sombreros de hoja de palma mientras trotaban rápidamente, doblándose bajo sus pesadas cargas, en los quemantes rayos del sol tropical. Es inútil decir que estas personas son de naturaleza inactiva o indolente, y que no trabajan. Trabajarán todo el año, si se le ofrece trabajo, y casi besan la mano que se los da. Un ferrocarril cruzando todo el continente, por la ruta que hemos seguido desde Manzanillo, pondría fin, para siempre, a revoluciones y guerras civiles—creo que ya casi llegamos al final—enriquecerá a todo el país y los dueños de las carreteras al mismo tiempo, y le darán una gran ayuda a la humanidad, mayor que todos los legados del filantrópico Peabody.

A unas quince millas de Celaya, entramos en el estado de Querétaro, las torres de esa Ciudad histórica emergiendo