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CAPÍTULO IX.


QUERETARO.


N

OS habían dicho que deberíamos encontrar una revolución en apogeo en Querétaro, y todo en confusión. Por el contrario, encontramos todo operando en orden, paz, alegría aparente, y comparativa prosperidad. El Gobernador, es cierto, había discutido con el poder legislativo o el Congreso del Estado, había sido destituido, y estaba entonces en la Ciudad de México, en espera de juicio ante el Congreso; pero el Jefe Político, el Señor Angel Dueñas, y otros oficiales, estaban manejando el negocio con regularidad en su ausencia.

Encontramos a los oficiales de la Ciudad y del Estado, listos con carruajes a las puertas para recibir al grupo. La Ciudad tiene cuarenta mil personas, y aunque es mucho menos importante, comercialmente, de lo que alguna vez fue, todavía es reconocida como rica. Cuenta con escuelas, Iglesias, y suficientes lugares históricos para ocupar la atención durante una semana; pero como solo teníamos un día y medio para dedicarle, decidimos pasar la primera media jornada en visitar la gran fábrica que, de hecho, mantiene al pueblo; luego dedicar todo el día siguiente a las escenas de interés relacionadas con el sitio, y la captura y muerte de Maximiliano.

"Cabalgamos inmediatamente fuera de la Ciudad hacia el noroeste, pasando un largo acueducto a través del valle en altos arcos de piedra, toda la obra habiendo costado un millón de do-