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ENCUENTRO DE VAPORES EN LA NOCHE.

El Servicio de Domingo en el mar, de la Iglesia Episcopal, fue leído por el capitán Lapidge, los pocos pasajeros de cabina se unieron en las respuestas, y entonces salimos a cubierta para ver los cambios en la costa triste y estéril. Una sola pequeña vela se puso a la vista, y pasó suficiente cerca de nosotros para ver que la nave era un balandro, de quizás, veinte toneladas de capacidad, sin bandera, y llevando una media docena de hombres de tez oscuros—italianos y otros europeos del Sur—quiens no hicieron ninguna señal, y evidentemente no les importó llamar nuestra atención para el negocio al que se dedicaban, cualquiera que fuera; hay un pequeño contrabando, incluso, en esta costa árida.

El lunes por la mañana nos encontró navegando a través de un mar vidrioso, sin tierra, vela, ningún ave a la vista; sólo el gran, deslumbrante sol en el cielo despejado, y el profundo, azul, resplandeciente mar. A las 2 p.m. estábamos otra vez a la vista de tierra—tan desolada y deshabitada como la última. Si cualquiera nos hubiera dicho ese día, que el noble vapor que nos llevaba con seguridad y rápidamente sobre el mar, estaría en menos de seis meses más en un naufragio absoluto en esa orilla terrible, ¡con mayor interés hubiéramos mirado a ambos! Pasando la Isla Santa Margarita y Bahía Magdalena, al atardecer estábamos cerca de Cabo San Lucas, o a unas cien millas. A las 5 p.m. estábamos a mil millas de casa.

A las 8 p.m. se observó una luz ante nosotros; entonces se enviaron hacia arriba luces de señal azul y rojo, y respondieron, y pronto, de la oscuridad surgió la de gran casco del vapor Montana. Ambos vapores se detuvieron, enviaron lanchas a intercambiar los periódicos más recientes de ambos lados del continente y cartas y mensajes