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UNA MAGNÍFICA ESCENA.

e iluminada, haciendo una arcada de hadas; y líneas de caballería e infantería, en magníficos uniformes, mantenían la calle libre y evitaban el paso de carros, de cualquier dirección. El gobierno pagó veintidos mil dólares por la música, cena, y decoraciones para el baile, y debe haber sido gastado honrada y económicamente. Su igual, probablemente, nunca ha sido visto en el continente americano.

El Presidente Juárez y familia, y el grupo de Seward, ocuparon palcos dobles, con muebles costosos y tapices de seda carmesí colgados, construido para el uso exclusivo de Maximiliano y su séquito, y desde allí vimos abajo en una de las escenas más magníficas que la mente puede imaginar, o lengua describir. Los trajes de las damas presentes eran, generalmente, de excelente gusto, y no infrecuentemente, ricos y elegantes en extremo. Vi a una señora que llevaba por lo menos cincuenta mil dólares de diamantes, y aunque esto fue decididamente la excepción de la regla, hubo muchas otras cuyos adornos representaban una fortuna.

Todos los hombres usaban capas negras, pantalón blanco, chalecos blancos, guantes y corbatas, sin una sola excepción. Los jovenes, riqueza, belleza, aristocracia y moda de México, estaban bastante bien representada, aunque algunos de los más estrictos y altivos de los mochos no llegaron.

A la 10 p. m., el Sr. Seward fue recibido por el Presidente Juárez y familia y a las 11 comenzó el baile. Hubo una falta de la animación que usualmente caracteriza a un salón de baile americano, pero en su lugar, hubo una cantidad de amabilidad y cortesía exhibida en todos lados que nos pondría en vergüenza.

La cena se sirvió en los pasillos y el gran salón del Hotel Iturbide—alguna vez el Palacio de la familia