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CAPÍTULO XIV.


ENTRE LAS RUINAS DE IMPERIOS.


¿A

LGUNA vez fuiste detrás del escenario en un teatro después de que terminó la obra, el público se fue, y los actores se cambiaron y se fueron? Hice eso en México. El teatro era un Imperio, y cada uno de los actores actuó una parte en uno de los más poderosos dramas de nuestro tiempo y época. Fui al Palacio Nacional de México, y vi en la chillona luz de día, los "efectos escénicos", "accesorios de escena" y "trajes" de mal gusto, que deslumbraron los ojos del mundo exterior que presenciaron la representación de "El Imperio de México," hace sólo tres años.

En el largo salón—hecho uniendo tres habitaciones en uno, por orden de Maximiliano—en donde se dio la gran cena al Sr. Seward solo unas noches antes, vi fotos de longitud completa de Hidalgo y Guerrero, y otro hombres galantes que sellaron su fe de libertad con su sangre, y dieron sus vidas por la independencia de México. "Con ellos, vi la espada y baston de Iturbide, la cual él, bajo la influencia de la Iglesia, canjeó por una corona y una muerte de traidor; y sólo a unas pocas yardas, el dosel carmesí, que colgaba sobre el trono en el que se sentaba Maximiliano. Desde las ventanas de esta sala vi la gran catedral de México, con sus millones de dólares de ornamentos de mal gusto, decayendo despacio pero seguro,