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LA CASA DE HERNÁN CORTÉZ.

su posición, a pesar de todo lo que había hecho para la gloria de Dios en masacrar indios, y el honor y engrandecimiento del Reino de España, adquiriendo con fraude y violencia el poderoso dominio de México. Todavía esta entera, y sin daño por el tiempo, aunque se ha llevado al Museo como una curiosidad pública, y ya no ocupa su antiguo lugar en la estructura.

El edificio esta frente a la gran plaza, a un lado de la gran catedral de México, y está casi en la condición exacta en la que la dejó, cuando murió su gran fundador, hace más de trescientos años. Las mismas vigas de cedro soportan los techos de todos grandes salones y corredores, y las horribles cabezas, esculpidas por su orden y colocadas en su presencia sobre las puertas y ventanas, todavía miran sobre los visitantes con una sonrisa despectiva, como lo hicieron antes los peregrinos que llegaron a Plymouth Rock. Las mismas escaleras, con escalones cortados de grandes bloques de lava de grano fino del Popocatépetl, que el subió, el visitante sube hoy; y en el gran patio se camina sobre las piedras pisadas muchas veces, y frecuentemente, por el más grandiosos filibustero y más piadoso y heroico carnicero de todos los tiempos.

El 25 de febrero de 1775, este gran establecimiento fue solemnemente inaugurado en honor a Dios y el bien de la humanidad, y abierto al público. Desde ese día hasta hoy nunca se ha cerrado, y su negocio ha continuado ininterrumpidamente, a través de terremotos que han sacudido sus muros, aunque hombres y reinos han pasado, y el conjunto político y social del mundo ha cambiado de aspecto. Revolución tras revolución ha culminado en la gran plaza enfrente, o el Palacio más allá; pero dentro de sus gruesas y sólidas