fanatismo que una vez caracterizó las reuniones aquí, está pasando rápido. Estuvimos parados aunque con la cabeza descubierta, y en silencio, en medio de la vasta multitud arrodillada, y no hubo ninguna mirada de reproche, hasta donde pudimos ver, sobre nosotros. Hace veinte años, si cuatro herejes de una tierra lejana, se hubieran atrevido así a profanar este templo más sagrado de los sagrados de Dios con su maldita presencia, podrían haber pagado con sus vidas la ofensa; pero mientras sobrevive la fe, el fanatismo feroz está muerto, y hoy sólo nos compadecieron, no nos odiaron. La confiscación de la propiedad de la Iglesia, y destrucción de su poder temporal en México, ha hecho mucho para lograr este estado de cosas; y lenta, pero seguramente, la luz de una civilización más noble y elevada está apareciendo en la porción más triste de la gente de México.
Todo alrededor de las paredes de la Iglesia había mesas en las que sacerdotes elegantes vendían pequeños libros dando toda la historia de la Virgen de Guadalupe, y cintas, cada una de aproximadamente dos pies de largo, en la que había una marca negra de una inscripción de seis pulgadas de "la verdadera medida de la cara de Nuestra Señora de Guadalupe de México." Estas pequeñas cintas se suponen que poseen grandes virtudes, protegiendo al usuario contra muchas desgracias y enfermedades, y todo piadoso visitante, sin importar que tan humilde sean sus medios, se lleva al menos una de ellas. Cada cinta se dice que ha tocado la imagen divinamente pintada de la Virgen, que, encerrada en un marco de oro sólido, cuelga en la pared norte sobre el altar. Vi media fanega de estos que trajeron y los apilaron sobre la mesa ante uno de los sacerdotes, quien extiendiendo sus manos los bendijo de manera apresurada, y haciendo una re-
