Así, un comerciante hace su correspondencia y toma sus cartas a la Oficina de correos, donde paga veinticinco centavos cada una. Hay sellos previstos por la ley, pero no están a la venta aquí, y las cartas no reciben ninguna marca del administrador de correo para mostrar que se ha pagado los gastos de envío. Luego los comerciantes despachan un cartero a Colima, y le paga diez dólares por llevar el mismo lote de cartas en la que él ha pagado al Gobierno veinticinco centavos cada una. En Colima las cartas son entregadas a la Oficina de correos, y paga veinticinco centavos cada una simplemente por pasarlas sobre el mostrador, ya que no hay nada que demuestre que han pagado las cuotas legales. Cartas provienen de Mazatlán por vapores, prepago, y se cobra veinticinco centavos por cada una a su llegada aquí. Luego se envían a Colima como se indica, y pagan nuevamente antes de comenzar, y también a su llegada, o tres veces en total. Cartas de San Francisco, por vapor, para las personas de aquí, deben entregarse al administrador de correo por el sobrecargo a su llegada, y cobran veinticinco centavos por cada una antes de que puedan entrar en las manos las personas a quienes se dirigen. Si así se maneja todo el sistema postal del país, el Departamento de la Oficina de correos debe ser una institución recaudadora, pero me dijeron que hay quejas de abusos locales excepcionales, y que el Gobierno Federal no cosecha los beneficios de la imposición. Sin embargo, el impuesto es pesado sobre los mercaderes. Me dijeron que una Casa con un depósito aquí y una gran tienda en Colima, pagó el año pasado $6,000 en gastos de franqueo y mensajería.
A pesar de las incesantes lluvias, nuestro tiempo en Manzanillo pasó no desagradablemente, estábamos elegantemente alojados,
