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LA ANTIGUA REPÚBLICA DE TLAXCALA.

tajas de su lado, y el carácter del campo de montaña es tal, que casi hace imposible una campaña de éxito contra ellos. Cerca de sesenta de la de los hombres del batallón, heridos en Xochipulco, estaban allí en un hospital bajo tratamiento quirúrgico.

Hicimos buen uso de nuestro tiempo en Puebla, y sus alrededores. No hubo otra parte de nuestro viaje más repleto de interés, y lo disfrutamos al máximo. El día 19 salimos de Puebla, por ferrocarril, a visitar la capital de la antigua República de Tlaxcala, conocida en la historia de la conquista por la parte que tomó su gente en poner la cadena de los conquistadores, sobre el cuello de México. Porque los mexicanos, a la llegada de Cortés a Veracruz, pidieron permiso a sus enemigos hereditarios, los tlaxcaltecas, para que permitiera enviar comisionados a través de su territorio, a ver a Cortés y averiguar que le traía al país; cómo los astutos tlaxcaltecas consintieron, y decidieron llevarlos en su camino, pero secretamente enviaron emisarios por adelantado para hacer un tratado con Cortés—lo cual hicieron—y se unieron con los invasores contra los mexicanos, cuyos regalos costosos a Cortés encendieron a su avaricia, y confirmó su determinación de conquistar el país, todo ha sido dicho por los historiadores, una y otra vez, y por lo tanto, me limitaré a lo que vi y oí, en este antiguo terreno histórico, en los últimos, días brillantes y soleados del buen año de 1869.

De Puebla a la estación de Santa Ana, por ferrocarril, hay sólo veintiún millas, inglesas, y con un tren especial lo hicimos en menos de cuarenta minutos; en tiempos de Cortés debió haber tomado mucho más tiempo. El viejo pueblo indio de Santa Ana, está medio en ruinas, pero todavía queda un poco de vida ahí. Vimos un inmenso edi-