al estricto alto grupo de la Iglesia, como la Marsellesa es a Napoleón III. La alta forma del Sr. Nelson, Ministro de Estados Unidos, sobresalía sobre la multitud detrás; a su lado caminaba el General Slaughter—antes con el ejército confederado—o del acabado ejército confederado—y después les seguía una multitud de californianos cuya devoción por la causa de la libertad es indudable, pero cuyas convicciones religiosas de cualquier tipo, nunca les privó de su capacidad para beber champán, ni mantenerlos despiertos en la noche. Mil nativos curiosos siguieron, y parecían sinceramente disfrutar el entretenimiento.
Después de media hora visitando la antigua Iglesia, el grupo comenzó a ascender la gran pirámide, que se levanta en las afueras de la ciudad, solo a cinco minutos de la Iglesia. Todo el mundo sabe hoy todo lo que se sabe, de la historia de esta pirámide. Que se remonta a los días cuando la gente de Egipto estaba construyendo las pirámides que marcan la tierra en el Valle del Nilo, no cabe duda, y que tuvo un templo pagano, y bañado con la sangre de miles de miles de la raza humana, ofrecidos como sacrificios a dioses salvajes, desgraciadamente, está muy bien autenticado. Las fotos que he visto de la pirámide no dan una idea clara, ya que representan los lados y ángulos de las terrazas, muy claros y bien definidos. Creo que en ningún momento desde la conquista la pirámide ha tenido un aspecto muy diferente al que tiene hoy.
Uno de los señores presentes con el Gobernador me dijo que la pirámide cubre un espacio igual a poco más de cuarenta y tres acres en la base, y que su altura era de ciento setenta y nueve pies, ingleses, más o menos. Yo me hubiera, aventurado a esti-
