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ESCENA EN LA PLAYA—MULAS ABATIDAS.

población de Caimán de Cuyutlán, en cualquier medida grave será más pequeña la temporada siguiente, por culpa de nuestra visita.

Cuando llevábamos unas doce millas por el lago, la flotilla paró frente a una bella isla rocosa cubierta con cactus gigante. Todos los barcos se juntaron, y en pocos minutos todo el grupo discutía, con gran deleite, un almuerzo abundante. Cuando la comida terminó, el gobernador Cueva propuso, como un sentimiento, "Bienvenida a nuestros huéspedes distinguidos; paz, y una mejor comprensión, y más perfecta relación amistosa entre el pueblo y Gobierno de la gran de la República los Estados Unidos, y el pueblo y Gobierno de la República de México." El brindis se bebió con los honores, y debidamente respondido, y la flotilla nuevamente se trasladó por la Laguna.

A las 2 p. m., llegamos a la meseta, al extremo oriental del lago, y encontró dos carretas ligeras Concord de resortes, enviados desde el interior para nuestro uso, y una multitud de asistentes esperando para recibirnos. Tenían un completo paquete de tren de mulas listos para llevar el equipaje hasta Colima, pero las pilas y pilas de botín que vinieron a la orilla de nuestras embarcaciones hasta que la playa entera estaba sembrada con ella, les asustó un poco, e hizo algunas de las mulas dejar caer sus orejas en total desaliento. Las mulas en uso común en todo el país son los más pequeñas que he visto. Algunas de ellos no pesan, más de doscientas libras, y es una de gran talla la que pesará trescientos cincuenta o cuatrocientas libras: pero como los pequeños Caballos del país, son "relámpago" cuando se trata de viajar o tirar.

Tres leguas—alrededor de siete y media o a lo sumo ocho millas inglesas—a través de un campo plano arenoso, enteramente cu-