riencia. Hubo cuarenta y seis carros, cada uno tirado por entre catorce y dieciocho mulas y cargadas con más de sesenta mil dólares en especie, y animales de carga y carros para el equipaje de la escolta, y el escolta propia consistió de ochocientos hombres de todas las armas, a saber; quinientos seleccionados de infantería, incluyendo dos compañías de Zapadores de la capital, bajo el mando inmediato del mayor Rocha, casi trescientos de caballería, y un destacamento de artillería con dos piezas de campo, todo bajo el comando del Coronel Leyva del ejército regular de México.
La conducta no tomó el ferrocarril, pero marchó por la antigua carretera de carretas, vía Puebla, y vino, directamente, hacia Veracruz. Su campamento en las calles de Orizaba presentó uno de los más novedosos e interesantes espectáculos imaginables. Cada carro tenía un guardia separado, y todas uno general, que cambiaba cada hora, día y noche, con precisión militar; y ya fuera sobre la marcha o en el campamento, en las montañas salvajes o en una ciudad tranquila como Orizaba, la vigilancia y cuidado nunca se relajaba por un momento. Ya he descrito la manera de marchar de un destacamento de México las tropas como vimos entre Colima y Guadalajara; pero esta era una repetición de esa escena en una escala mayor y más extendida.
Por supuesto que la conducta fue la gran característica del día, y causó una gran emoción, y un aspecto de vida inusual en la calles de Orizaba. Por la noche el espectáculo, cuando las tropas estaban preparando su comida y preparándose para la noche, fue más salvaje y pintoresco que durante el día.
En la mañana, el largo tren de carros cargados de tesoros,
